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El ser humano ha usado siempre las manos como punto de encuentro con el mundo real. Nos han sido útiles para infinidad de funciones: conducir, escribir, encender un fuego, intervenir a un paciente, o hacer un truco de magia. Nuestro cerebro, algo que nos hace únicos no habría conseguido materializar sus ideas si no hubiera sido por las manos.

La anatomía de la mano

La anatomía de las manos es extraordinaria: son un complejo y maravilloso conjunto de tejidos integrados entre sí. La mano puede realizar movimientos finos y precisos o desplegar acciones de una gran fuerza.

El pulgar está controlado por nueve músculos diferentes; algunos anclados en los huesos de la mano y otros en los del brazo. La muñeca, un conjunto de huesos y ligamentos entretejidos con vasos sanguíneos y nervios, es la articulación que une estos dos segmentos: mano y antebrazo. Las terminaciones nerviosas llegan hasta la punta de cada dedo.

La mano en diferentes especies

En «El origen de las especies», Charles Darwin destaca la coincidencia entre diferentes especies y sus manos. «¿Qué puede haber más curioso que el que la mano del hombre, hecha para coger; la del topo, hecha para minar; la pata del caballo, la aleta de la marsopa y el ala del murciélago estén todas construidas según el mismo patrón?». Para él, está claro: somos primos de los murciélagos y de todos los demás animales con manos, y todos hemos heredado nuestras manos de un ancestro común.

El estudio de la evolución de la mano

La evolución hacia lo que hoy son nuestras manos comenzó hace al menos 380 millones de años a partir de las gruesas aletas musculares de los parientes extinguidos de los actuales peces pulmonados. Estas aletas lobuladas contenían unos huesos robustos, equivalentes a los huesos de nuestros brazos. Con el tiempo, los descendientes de esos animales desarrollaron también huesos más pequeños, que corresponden a los de nuestras muñeca y dedos. Más adelante, los dedos emergieron y se separaron, permitiendo asir la vegetación subacuática.

Las manos primitivas eran más exóticas que cualquier mano actual. Algunas especies tenían siete dedos. Otras, ocho. Pero para cuando los vertebrados ya vivían en tierra firme, hace unos 340 millones de años, los dedos de la mano se habían reducido a cinco, y por razones que los científicos ignoran, su número nunca ha vuelto a aumentar.

Pese a estos rasgos en común, existen grandes diferencias entre las manos de las distintas especies vivas, desde las aletas del delfín hasta las alas del águila o las garras del perezoso. A partir del estudio de estas manos actuales, los científicos están empezando a comprender las mutaciones genéticas que condujeron a unas variaciones tan radicales, y a entender que pese a las diferencias en el aspecto, su origen y desarrollo embrionario son muy similares en todas las especies. Las manos se forman a partir de un grupo específico de genes, y todas ellas son el resultado de ligeras variaciones dentro de este mismo grupo. Algunos genes dan forma a la muñeca, otros determinan la longitud de los dedos. Pequeños cambios son suficientes para alargar los dedos, hacer que alguno desaparezca, o dar lugar a las diferencias entre las uñas de una mano y las de una garra.

La identificación de ese kit genético en la construcción de la mano ha aproximado a los científicos a la gran intuición de Darwin. Las diferencias visibles entre las alas de un buitre y las garras de un león pueden ser el resultado de cambios ínfimos. Darwin solo pudo ver signos externos de que las manos habían evolucionado a partir de un ancestro común. Hoy los científicos están descubriendo las evidencias moleculares.

Fuente: https://www.nationalgeographic.com.es/ciencia/grandes-reportajes/la-mano-que-tenemos-en-comun-2_5802